Roberto González Barrera, "Don Maseco". |
Por: Jaime Avilés
Gracias a Roberto González Barrera, y al apoyo que
recibió de Carlos y Raúl Salinas de Gortari durante el sexenio 1988-1994,
prácticamente desaparecieron las tortillerías en México. Los subsidios
gubernamentales negados a los campesinos pero otorgados como créditos blandos a
Gruma (Grupo Maseca) engendraron el monopolio de la harina de maíz y la quiebra
de miles de pequeñas fábricas artesanales que proveían de “cucharas de albañil”
a los pobres de los barrios populares y a los no tanto de las clases medias.
Las deliciosas
tortillas de masa de nixtamal, hechas a mano y cocidas a fuego lento desde que,
recién torteadas, eran depositadas crudas sobre una ancha tela de alambre, que
girando como una banda sinfín las llevaba a pasear sobre el calor del fuego
lento y, ya cocidas, las dejaba caer al fondo de una canasta básica, no forman
parte hoy en día de los recuerdos de los niños que nacieron con el salinato.
Dueño del peluquín más ridículo del que se tenga memoria,
González Barrera no sólo acabó con las tortillerias de barrio y los molinos de
nixtamal –esos lugares donde el maíz y la cal se mezclaban para crear una rica
fórmula alimenticia que por siglos dotó de hermosos y saludables dientes a
millones de campesinos-- sino que además condenó a servir remedos de tacos, de sabor
incierto y textura repugnante, a casi todos los restaurantes de comida mexicana
que hay en América Latina, Europa y Asia.
Alabado ahora –en la hora de su muerte-- como un
empresario “innovador”, don Maseco en realidad fue parcialmente un destructor de
las culturas basadas en el consumo tradicional del maíz. En 1996 conocí en
París a dos mexicanos que habían explorado todas las vías a su alcance para
montar un restaurante de comida yucateca. A pesar de su tenacidad, no les había
quedado más remedio que desistir porque les resultó imposible conseguir
tortillas que no provinieran del imperio de don Maseco.
La oferta más atractiva que hallaron fue la de un
importador, avencindado en Londres, que les cotizó a bajo precio... tortillas
de Maseca enlatadas en California para la cadena Taco Bell. ¡Guácala!, dijeron.
Al otro lado del mundo, sobre la banda oriental del río de La Plata, otro
mexicano, conocido como don Huascar, acudió una noche de agosto de 2010 a cenar
a la casa de Eduardo y Helena en Montevideo (en estos momentos, lo digo con
tristeza, Eduardo está hospitalizado en aquella ciudad y sus amigos le deseamos
lo mejor de lo mejor y que pueda celebrar su cumpleaños, el próximo sábado,
fuera de peligro).
Terminada la cena, don Huascar me ofreció un aventón a mi
hotel y por el camino me contó su vida. Fue, durante una década y media, me
dijo, funcionario de una sucursal de la ONU en Montevideo. Cuando lo corrieron,
discutió con su mujer, uruguaya a todo esto, si era conveniente para ellos y
sus dos hijos, uruguayos también, mudarse a México. Decidieron que no. Con el
producto de sus ahorros, él vino a nuestro país y compró una tortilladora que
era toda una carcacha.
Sin reparar en las burlas y los consejos de quienes le
auguraban el fracaso, llevó la máquina a Montevideo, la reparó, la echó a andar
y al mismo tiempo sembró maíz mexicano y distintas variedades de chile, con
todo lo cual, y un buen recetario, inauguró el María Bonita, un excelente
restaurante que ofrece tortillas y guacamole de probada y comprobada
autenticidad. Hoy cuenta con una clientela estable y cautiva y sólo trabaja de
martes a sábados, de seis de la tarde a 11 de la noche.
Moraleja: don Huáscar triunfó porque se sobrepuso a la
nefasta influencia global de don Maseco, pero éste siguió expandiéndose porque
con el respaldo de Salinas, y más tarde de Ernesto Zedillo –que liquidó la
Conasupo y la política de precios de garantía que protegía a los campesinos de
los intermediarios hambreadores-- acaparó un buen porcentaje de la producción
maicera y contribuyó, indirectamente, a fortalecer la migración hacia Estados
Unidos, el despoblamiento del medio rural y la reconversión de áreas de cultivo
en zonas controladas económica y políticamente por el narcotráfico.
En la cumbre de la prosperidad, se adueñó en 1992 de
Banorte, que era el banco número 18 en importancia en México, pero tras la
venta de las intituciones nacionales de crédito a los agiotistas españoles,
logró convertirlo en el banco de capital mexicano más fuerte del país y después
fusionarlo con Ixe.
Priísta de toda la vida, aunque estaba ya en las últimas
y era dueño de una fortuna estimada por Forbes en mil 900 millones de dólares,
participó en las operaciones de lavado de dinero y compra de votos a favor de
Enrique Peña Nieto por medio de Ixe, uno de los bancos señalados por los
partidos de la coalición Movimiento Progresista que entregó millones de
tarjetas prepagadas al menos a cinco millones de electores a través de la
estructura electoral del PRI.
La huella de la depredación que don Maseco deja en la
cultura y en la agricultura será por desgracia imborrable. ¿Les interesaría
incorporarse al colectivo Desfiladero132, que se propone desarrollar
actividades artísticas de alto impacto contra la imposición de Peña Nieto? Pues
no lo piensen dos veces y síganme en Twitter, donde hoy también estaré en la
cuenta @Desfiladero132, para que puedan mandarme un DM y acordar una reunión
cara a cara, en la ciudad de México, dentro de unos días.
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un hijo de puta mas
ResponderEliminarmenos diras
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